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lunes, 30 de abril de 2007

Confesiones de un cazador de imágenes
por Luis Hernández Serrano


”Una niña de Delta Amacuro saltando sobre los troncos de árboles podridos me hizo ‘apuntarle’ enseguida y apretar el obturador de la cámara antes de que se escapara. ¡Ahí está la foto que guardo como un recuerdo grato de mis últimas aventuras reporteriles!”.
Lo cuenta el joven de 35 años Ricardo López Hevia, fotorreportero del diario Granma que evoca sus principales vivencias con su máquina fotográfica en Venezuela.
“Me crié entre fotos, no solo por mi padre, Ricardo López Sánchez, sino también por mi tío paterno, Raúl, los dos fundadores del Departamento de Fotografía del periódico”.
Ricardito, como le dicen en el gremio, nació en La Víbora, en el municipio de Diez de Octubre, en Ciudad de La Habana, el 11 de noviembre de 1969 y empezó en Granma en septiembre de 1984 como laboratorista, donde muchos fotógrafos fueron sus maestros.
Es licenciado, graduado en el Instituto Superior de Cultura Física Manuel Fajardo, y técnico integral de Veterinaria, egresado del tecnológico Villena-Revolución.
—¿Tu debut en una página?
—Entregaban la bandera de Vanguardia Nacional a Granma. No había fotógrafo a mano y Emilio Argüelles, jefe de Fotografía, me dijo: “Hoy publicarás la primera foto”. Y así lo hice. Fue en 1995.
—¿Qué recuerdas de tu aprendizaje?
—Soy el único sobreviviente de un grupo de jóvenes fotógrafos que debimos sustituir a los grandes maestros del lente allí. Éramos Jorge López, Ernesto Mastrascusa, Eduardo Mojica, Randy Rodríguez, Ismael Francisco, y Ahmed Velásquez. Nuestra mayor escuela fue aprender de Oller, Lezcano, Mario Ferrer, por ejemplo.
“Al final nos quedamos Ahmed, hoy fallecido, y yo. Tuvimos que luchar duro contra viejos esquemas en la fotografía y llegamos a la conclusión de que una buena gráfica dice más que mil palabras. También nos convencimos de que para poder tener el ojo fino, se necesita mucho trabajo”.
—¿Cómo te ha ido por el sur?
—Muy bien. Venezuela no es un país, es un mundo. Lo digo no solo por su gente alegre, campechana y sincera, parecida al cubano, sino también por su maravillosa geografía.
“Aparte de su pueblo y su lucha, lo que más me impresionó de esa nación heroica en mi primera visita de trabajo fue la hermosura de sus paisajes. ¡Imagínate un viboreño por el Amazonas! Aquellos árboles que se perdían en el cielo, esos ríos cuya otra orilla no se veía, con una fuerza tremenda de sus aguas; pájaros de todos tipos, preciosos; selvas con sus indios naturales tan sencillos, como los ‘piaroa’, por ejemplo.
“Saltamos de ese inmenso paraje hacia Mérida, un estado andino, con nieve, con casas de techos a dos aguas y tejas holandesas, pobladores rubios, de ojos claros y cachetes quemados, rosados.
“Bajamos hacia la famosa zona desértica de Falcón; y de ahí caímos en Maracaibo, con un calor de 40 grados a la sombra. ¡Enormes contrastes! ¡Muchos climas en poco tiempo!”
—¿Algún susto vivido?
—Regresamos de noche, en una lancha rápida, por el imponente río Orinoco, durante ocho horas de viaje, cansados, sin visibilidad, conscientes de que había anacondas y pirañas en aquellas aguas turbulentas y hondas, y jaguares por sus orillas. En un momento determinado íbamos por afluentes muy profundos —les dicen caños— transitables por supertanqueros. Y para colmo, nos quedamos sin combustible, aunque ya muy cerca del lugar de destino.
—¿Cuántos viajes diste a Venezuela?
—Tres. La primera vez fue el 6 de junio de 2003, ocho meses, con el periodista Félix López, a quien le agradezco mucho. La segunda, en septiembre de 2004, durante 15 días, con Katiuska Blanco, excelente profesional, a quien conozco desde niño. La tercera fue en agosto de este año 2005, dos semanas, con María Julia Mayoral, formidable reportera.
—Háblanos de algunas experiencias en esos viajes.
—La primera vez viví unas horas inolvidables en ocasión de dos marchas antagónicas, una de los chavistas y la otra de la oposición. Anduvimos entre los oponentes para ver qué decían y qué hacían.
“Ambas marchas se debían encontrar en un punto de Caracas, pero antes del supuesto encuentro, los líderes de esa oposición se fueron yendo poco a poco y dejaron solos a sus seguidores.
“Cuando sus acólitos se percataron de la estratagema cobarde de sus ‘capitanes araña’, la marcha se fue disolviendo gradualmente. Así nos dimos cuenta de que la oposición en Venezuela perdía cada vez más terreno no solo por la traición de sus líderes, sino porque con la mentira no se llega a ninguna parte y ese pueblo ya se cansó de falsos gobiernos. Sin embargo, la marcha de los chavistas era cada vez más fuerte, más unida, más compacta”.
—¿Y en el segundo viaje?
—Tomamos fotos para un libro sobre la Misión Milagro, un privilegio profesional, captando imágenes de niños con problemas visuales que se atenderían por los médicos cubanos. Eso me impactaba mucho, sobre todo porque tengo tres hijos que son mi vida.
“Recuerdo un niño en Mérida, de unos cinco años, en su casita pobre, en la ladera de una montaña, donde por un deslizamiento del terreno causado por aguaceros torrenciales e inundaciones, perdió la mitad de su vivienda. Estaba recién operado y hablaba poco. Ya empezaba a ver.
“Le enseñé las fotos que le había tomado con mi cámara digital y noté de pronto su alegría, porque nos traía una paloma, un pollito, un perro, riéndose. Así demostraba su felicidad”.
—¿Y el tercero?
—Figúrate, en el XVI Festival. Ver tantos rostros jóvenes de todo el mundo, con diferentes culturas, razas, credos, ideologías, idiomas, costumbres, apoyándose mutuamente, reconociéndose entre sí. Pude notar una especie de alquimia, de química entre los jóvenes de distintas latitudes, una atracción palpable, un sentimiento común, una amistad compartida, en fin: la solidaridad. Para nosotros, que tenemos la tarea hermosa de congelar imágenes en distintos instantes, fue una experiencia tremenda.
—¿Alguna foto memorable para ti?
—Capté la foto que siempre quise tirar: la del graduado ¡un millón! de la alfabetización. Tuve la enorme dicha de estar allí en el instante preciso. Con ella obtuve una Mención Especial en el Concurso 26 de Julio de la UPEC. Desde entonces figura entre mis fotos más queridas, porque aquel hombre, hasta ese momento completamente desconocido, se convirtió en una persona reverenciada por todos como un símbolo.
—¿Y la primera foto que le tomaste a Fidel?
—¡Una aventura! Porque no se sabía que iba al Palacio de Convenciones aquel día, en un Pleno del Partido de Ciudad de La Habana y se apareció. Yo tenía la cámara de hacer fotocopias, un solo rollo y un lente de 50 milímetros. Pude garantizar la foto gracias a los colegas que me prestaron otro lente y un bastón. Se publicó en primera plana y me felicitaron. Salió Fidel con el brazo un poco en alto, con el puño cerrado, en un gesto de fuerza, convicción y firmeza muy oportuno.
—¿Cuál es tu filosofía fotográfica?
—No es la mía, es la de los que me enseñaron sin darme clases, sino con su propio ejemplo. De niño fui con mi padre a los espectáculos deportivos a los que él iba como fotógrafo. Desde que tuve uso de razón estuve visitando el cuarto oscuro de Granma. ¡Me era muy difícil escapar de esta profesión con tantos influjos!
“¡Hasta que un día escuché a un viejo fotógrafo decir que en este oficio había que pensar en imágenes y desde niño, con una camarita pequeña e insignificante traté de atrapar buenas cosas y pensé siempre en imágenes, qué casualidad!
“Mi profesión es muy linda y muy humana. Nosotros dejamos instantes para la historia, no para uno, que pasa, sino para las futuras generaciones. Yo alcancé a vivir la etapa de los negativos y la disfruté muchísimo, pero el desarrollo es inevitable y la fotografía digital para nosotros los reporteros gráficos de prensa agiliza el trabajo y producimos más”.
—¿Frustraciones y entretenimientos favoritos?
—Tengo dos grandes frustraciones: no haber sido un famoso atleta ni un virtuoso músico. Y mis pasatiempos preferidos son precisamente el deporte y la música.
“El deporte me encanta, sobre todo la pelota; y soy amante de la buena música, en particular de los Van Van, la orquesta insignia de la música popular cubana. Del extranjero, fan de dos cantantes: Gilberto Santarosa y Juan Luis Guerra. Además, soy un amante del casino, que me viene de haber nacido en Carmen entre Saco y Heredia, un barrio de bailadores”.
—¿Algún agradecimiento?
—Mis padres se divorciaron y me crié con mi abuelita materna y con mi madre, a quienes debo en lo esencial el ser el hombre que soy. A mi padre le debo en parte mi profesión y a mi madre mis sentimientos y principios morales. Con ambas cosas se pueden hacer buenas fotos.

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©Reno Massola
La Habana
2007-2010