El ojo del siglo XX en Cuba
Nuestro colega y amigo Kalioan Santos Cabrera ha publicado un interesante material sobre la visita de Henri Cartier Bresson a Cuba en los primeros años de la
Revolucion. Titulado
"El ojo del siglo XX en Cuba" aparecio publicado este domingo en las paginas de Juventud Rebelde. Lente Cubano tiene a bien reproducirlo a continuación.
El ojo del siglo XX en Cuba
El célebre fotógrafo francés Henri Cartier-Bresson llegó por primera vez a La Habana en la década del 30 del pasado siglo y volvió cuando corrían los años 60, en los albores de la Revolución triunfante
En mi rol de fotógrafo, una tarde llegué con una amiga a la casa de la escritora Laidi Fernández de Juan. Sentados en la sala, entre libros y cuadros, me llamó la atención una foto en blanco y negro.
«La niña soy yo, y el señor es mi padre», me dijo Laidi cuando notó mi atención sobre la imagen familiar. Entonces me contó que la había tomado un francés amigo de sus padres en los años 60. Pero no me dijo hasta días después; en que volví para repetirle las fotos porque la primera sesión fue un fiasco, que ese amigo era el célebre fotógrafo Henri Cartier-Bresson.
Para muchos de los que ejercemos el arte del fotoperiodismo Cartier-Bresson es una suerte de paradigma. En fracciones de segundos era capaz de notar la relevancia de un hecho y captarlo con su cámara. De esta forma nos legó lo que muchos han dado en llamar el instante decisivo.
Desde joven, Henri comenzó a vincularse con los surrealistas parisinos y, en 1927, estudió pintura en Montparnasse con André Lhote. Tiempo después decidió dedicarse a la fotografía y, en 1932, apareció en la revista Vu su primer reportaje gráfico. Ese mismo año, la Galería Julien Levy, de Nueva York, exhibió su primera exposición.
A partir de entonces comienza a colaborar con varios periódicos y revistas ilustradas, a las que tributaba desde varias partes del mundo. Asimismo fotografió, como quizá ningún otro, disímiles momentos de la historia del pasado siglo: estuvo en medio del fuego en la Guerra Civil Española; guardó prisión cerca de tres años en campos de concentración alemanes durante la II Guerra Mundial. Luego de varios intentos de fuga, escapó a París y se unió a la Resistencia francesa.
Terminada esta contienda lo creyeron muerto. En 1946 apareció en la exposición que el Museo de Arte Moderno de Nueva York había montado en una especie de honor post mortem a su figura.
Un año más tarde H.C.B. — firmaba así sus trabajos— fundó junto a otros destacados fotógrafos como Robert Capa, George Rodger y David Seymour, la agencia Magnum Photos, una empresa que revolucionó la concepción sobre la imagen en los medios de comunicación.
Parte importante de sus archivos los componen cientos de retratos entre los que destacan personalidades tan diversas como los pintores Pablo Picasso y Henri Matisse, la cantante Edith Piaff, el filósofo Jean-Paul Sartre, la sensual Marilyn Monroe, el escritor William Faulkner, la científica Marie Curie, o líderes históricos como el indio Mahatma Gandhi (poco antes de que fuera asesinado), el chino Mao Zedong, el Che Guevara y Fidel.
Por si fuera poco, en 1955 Henri fue el primer fotógrafo en exhibir su obra en el famoso Museo del Louvre.
Cuando llegó por primera vez a La Habana, Henri Cartier-Bresson tenía 26 años. Era la década del 30 del pasado siglo. Cuando volvió, corrían los convulsos años 60 y ni la Isla ni el fotógrafo eran los mismos. Para entonces Henri Cartier-Bresson ya se había ganado el atinado epíteto de El ojo del siglo XX, y Cuba vivía los albores de la Revolución triunfante.
El francés aterrizó en la Mayor de las Antillas contratado por la revista ilustrada Life. Vino con el fin de realizar un reportaje gráfico para la prestigiosa publicación norteamericana. Un suceso de tal magnitud como la Revolución Cubana no podía escapársele a quien, cámara en ristre, había perpetuado ya muchos de los hechos transcendentales de esa centuria.
En esa visita fue que conoció a Laidi, pues sus padres, el poeta y ensayista Roberto Fernández Retamar, y la destacada profesora y crítica de arte, Adelaida de Juan, acompañaron al francés durante su estancia en La Habana.
Sobre los días del fotógrafo en nuestro país he tenido la oportunidad de conversar en varios momentos con el matrimonio. Sin embargo, no encontré mejor remembranza que un artículo escrito por la propia Adelaida al cumplirse el centenario de H.C.B, el pasado año. Para satisfacción de muchos, ese trabajo verá la luz próximamente en La Gaceta de Cuba, acompañado de la foto familiar que dio pie a esta historia, y un retrato insuperable hecho por Cartier-Bresson a Retamar.
Hace unos meses, gentilmente Laidi me mostró el escrito aún inédito de su madre. Si Henri fue capaz de atrapar con su cámara la sensibilidad de las personas, Adelaida captó en su trabajo la ternura del fotógrafo.
Entre los pasajes hermosos descritos en el artículo se encuentra la historia del retrato familiar que acaparó mi atención. Resulta que en medio de una de las conversaciones entre Cartier-Bresson y Retamar, «Laidi, quien apenas caminaba entonces, despertó de la siesta y acudió al oír la voz de su padre. Al entrar en el cuarto, miró fijamente al extraño mientras buscaba seguridad inclinándose para abrazarse a la rodilla de Roberto, quien la rodeó con un brazo. Cartier-Bresson, sin interrumpir la conversación, apretó el obturador y captó un excelente retrato de la niña y su padre», nos cuenta Adelaida.
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«Días después, nos excusamos con nuestro amigo porque supimos que solía visitar nuestra casa en una hora de la tarde en que estábamos en nuestros trabajos. “Pero no, respondió; yo voy a visitar a la petite”. ¿Y en qué idioma se comunicaban, si él no hablaba castellano y Laidi solo balbuceaba algunas palabras? “Sencillo”, respondió Cartier-Bresson: “Nos entendemos maravillosamente. Yo le llevo una florecita y ella me regala la hoja de un arbusto del jardín”.
«El día antes de su partida, fuimos con él a Regla, pues quería fotografiar elementos de los cultos sincréticos afrocubanos. No pudo entrar en el Cuarto Fambá, pues el compañero que lo vigilaba le dijo firmemente: “yo me dejo matar por dos cosas solamente: la Revolución y ese cuarto”.
«De regreso, en la lanchita que cruzaba la bahía, y mientras conversábamos y él retrataba continuamente, le pregunté si estaba satisfecho con su visita a Cuba y si pensaba que tenía buenas fotos. Me respondió que sí, que había tomado cerca de mil fotografías. “Pienso que unas 80 o cien servirán”, afirmó.
«Las que imprimió (cuyos pies de grabado él insistió en escribir) y fueron publicadas en la revista son realmente excelentes, como pienso que son todas las que he tenido el privilegio de ver. Por eso no comparto lo que Cartier-Bresson dijo de su propia obra: “Yo pasé 50 años tomando fotos, pero ¿cuántas de las que hice merecen ser observadas durante más de tres segundos? ¿50? ¿100? Y creo que son demasiadas”.
El 15 de marzo de 1963 salió el número 54 de la revista Life con el trabajo de Henri Cartier-Bresson.
Desde la portada y en su interior, una decena de páginas alberga la visión del célebre fotógrafo sobre la Isla revolucionaria con sus fotos y un texto sobre las cinco semanas que duró su estancia.
Poco o casi nada se le escapó. Desde la gente corriente hasta los máximos líderes de la Revolución quedaron «congelados» en amplios reportajes gráficos donde la cotidianidad cubana de los 60 es protagonista.
Maestro en pasar inadvertido, Henri Cartier-Bresson estuvo en Cuba y apenas se enteraron sus colegas criollos.
El fotógrafo José Alberto Figueroa, amigo y ayudante de Alberto Díaz (Korda), está casi seguro de que el autor de la universalmente conocida foto del Che y el francés, nunca se conocieron. «Sí recuerdo que el viejo Corrales lo vio. Creo que lo encontró por casualidad tirando fotos en la playa de Cojímar», me cuenta.
También por azar se lo topó Roberto Salas, en aquel tiempo un joven fotógrafo del periódico Revolución.
«Un día de febrero nos cruzamos en el lobby del hotel Riviera. Su cara me pareció conocida y cuando volteé vi colgada a su espalda la cámara Leica. No podía creer que Cartier-Bresson estuviera en Cuba. Entonces me le acerqué y conversamos unos minutos. Me atendió amablemente y le pregunté si estaba haciendo algún trabajo aquí. Me respondió que solo estaba de visita y entonces le ofrecí mi ayuda. Solo me dijo que le avisara si había algo interesante en esos días.
«De ahí fui para el periódico donde me esperaba la noticia de que había muerto Benny Moré y tenía que ir a cubrir el velorio. De inmediato pensé en Cartier y fui a buscarlo al hotel. Por suerte todavía estaba rondando por el lobby. Le comenté el hecho y quién era Benny, lo que significa para nosotros los cubanos. Le propuse llevarlo y aceptó. Cuando le dije de ir a buscar su equipo fotográfico sacó de su bolsillo con una mano unos cuantos rollos y con la otra su camarita Leica: “Con esto me basta”, señaló tajantemente».
Enseguida que llegaron al lugar, el viejo fotógrafo se perdió entre la inmensidad de la multitud que acudió a darle el último adiós al Bárbaro del Ritmo. Salas no volvió a saber más de Henri hasta unos meses más tarde cuando escuchó, en la redacción del periódico, comentarios sobre unas fotos publicadas en la revista Paris Match.
«Eran imágenes del velorio del Benny y estaban firmadas por Henri Cartier-Bresson. Para mí fue tremendo, porque yo había estado con él en el mismo sitio y no había visto “los momentos” de sus fotos. Sin dudas una gran lección», recuerda Salas, considerado hoy uno de los grandes maestros de la fotografía cubana.
En 1966, tres años después de estar en Cuba, Henri Cartier-Bresson abandonó públicamente la fotografía y dejó la cooperativa Magnum. Se dedicó al dibujo y a la pintura (su primera gran pasión) mientras sus fotos recorrían —recorren— galerías de todo el hemisferio.